jueves, 24 de marzo de 2011

Ratas

Suelen moverse por donde hay suciedad, por donde hay oscuridad, por donde hay papeles. Suelen actuar cuando nadie las ve. Quizá intuyen que son repugnantes. Pero también saben que son fuertes. Se suele decir que, llegado el caso de destrucción nuclear, ellas, junto con las moscas y las cucarachas, sobrevivirían y medrarían, orondas y hermosas ratas que se alimentarían de los restos que dejáramos de nosotros mismos. Qué desalentador...

Hay quien ha intentado tratarlas con benevolencia, pensar que son seres vivos igual que los demás, a pesar de su poco agradable aspecto, incluso las hemos hecho protagonizar cuentos como el de El ratoncito Perez, La ratita presumida, Ratón de campo y Ratón de ciudad, y si no han llegado a protagonistas, también han salido airosas de secundarios gloriosos, como Gus y Jack, amigos de La Cenicienta. Claro, que no todas las ratas son tan entrañables. Están las que, con ojos inyectados en sangre, se convierten en depredadores de tu cosecha, de aquello que con esfuerzo has ido recopilando. Si no eres consciente de que te acechan, cuando las descubras será tarde, porque se habrán merendado el producto de tu trabajo. Y si las descubres, huirán como cobardes que son, o morderán con rabia a quien les impida el paso. Por supuesto, no una a una, sino en grupo, como corresponde a su calaña.

Entiendo que a mucha gente le puedan resultar tiernas ciertas ratas, incluso a mí misma. Pero iría con cuidado, no me fueran a inocular la rabia en un descuido. Es más: si tuviera la impresión de que rondan mi casa, lo diría enseguida y me conseguiría un buen equipo de desratización para acabar con ellas, no fuera que me acabaran infectando la casa y la vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario