COMPARACIONES
Y DEUDAS
Que levante la mano quien no haya escuchado alguna
vez en su vida eso de que “Las comparaciones son odiosas”.Y me he parado a
reflexionar sobre esta afirmación que se ha convertido en un tópico.
Por una parte, es cierto que hay momentos en que es
incorrecto verbalizar una comparación. Lo es porque quizá esa comparación
podría herir los sentimientos de alguien, y no siempre la verdad absoluta es
deseable, porque tampoco sería soportable ni asumible, y en el mejor de los
casos esa verdad brutal no va a llevar a nadie a ningún sitio mejor del que
ocupa en ese momento. Además, callar sobre aquello que no nos preguntan,
guardarnos nuestra opinión, corresponde a otro tópico: “Eres dueño de tus
silencios y esclavo de tus palabras”. Una vez verbalizado el pensamiento, es
imposible obligar a quien ha oído a olvidar tus palabras. Sólo en el caso de la
defensa de la propia tesis sería correcto causar un daño emocional a otra
persona, y siempre sobre otro supuesto: “Es un mal menor”.
Pero, por otra parte, vuelvo a pedir manos en alto:
¿quién no ha aprendido alguna vez a base de comparar, y no sólo de imitar? Como
cuando te quemas con una plancha caliente y aprendes a no tocarla hasta que
haya pasado un tiempo. Has aprendido por comparación. Esa comparación nos
ahorra dolor, y nos aporta experiencia positiva. Lo mismo sucede en las
relaciones con otras personas. Aun sin quererlo, comparamos. Inconscientemente.
Es la única forma que tenemos de saber qué es lo que no queremos, y qué es lo
que nos hace sentir bien. Comparamos. Distintas reacciones, distintas palabras de
distintas personas ante una misma situación. Si recapacitamos, nos daremos
cuenta de que eso de que las comparaciones son odiosas suena a estrategia de
quien está a la defensiva y no quiere ser comparado.
No. Las comparaciones no son odiosas. Odiosos son
aquellos que las temen. Y las temen, esta vez sí que es cierto el tópico,
porque “Quien algo teme, algo debe…”