SÓLO SE VIVE DOS VECES
Desde aquí, Tino, desde este
principio del siglo XXI, ese “Mañana” que preconizabas, en que las cosas siguen
tan confusas y complicadas como siempre, vuelvo mis ojos hacia tu recuerdo,
hacia tu legado, hacia ti, y hago balance de estos veintiún años vividos en tu
ausencia, pero con tu constante presencia.
Alcanzarte ha sido siempre
una carrera de fondo. Desde el mismo momento en que llegaste a mi vida, desde
ese día de verano en que “Champú de huevo” sonó por primera vez para mí, he
sentido hambre de ti. De saber cómo eras, pero de verdad, cuando te desnudabas
del mundo y te despojabas de tu imagen, hombre solo ante ti mismo, hombre a
solas en soledad. Sin embargo, era imposible llegar a algo más que alguna
actuación tuya en un programa musical del momento, o una esporádica nota de
prensa que leía con avidez para luego releer con la complacencia de quien
paladea un raro y exquisito manjar, con miedo a que se acabe y no poder
saborearlo de nuevo en mucho tiempo.
Pensé que se debía a tu celo por preservar tu
intimidad, legítimo deseo de muchos personajes públicos, pero no era sólo eso.
Con el tiempo llegué a la conclusión de que había toda una conspiración de
silencio a tu alrededor. Que se te sometía a un linchamiento por ser diferente,
quizá debido al pánico, y no en el Edén, de seres oscuros y vulgares a perder
en una lid de originalidad, clase, glamour, elegancia y genialidad. Que se te
castigaba por visionario, transgresor, provocador, innovador. Que como artista
reacio a someterte a los dictados del decoro de las modas y tendencias al uso,
deseoso de insuflar aires nuevos y frescos, se te hacía pagar el alto precio de
la incomprensión y el vacío.
Cuando te marchaste al otro
lado, nadie te brindó un homenaje en reconocimiento y restitución por tanto
tiempo de silencio. Es más: la conspiración, paradójicamente, se afianzó, se
volvió densa, tomo cuerpo, y con él te cubría con más tesón y empeño que la misma
tierra. Pero los conspiradores se olvidaron de algo. Se olvidaron de la vida de
la fama. Esa que los caballeros prerrenacentistas perseguían ante la fugacidad
de la vida de la carne. Esa que sólo se alcanza cuando pasas por la Tierra
dejando una estela imborrable, que emerge de las capas de olvido que intentan sepultar
todo recuerdo. Esa que sobrevive a cualquier cataclismo, la que inmortaliza a
los humanos. Esa que se consigue a través de las propias obras y de las
palabras que quienes te conocen conjuran para que, con su magia, te perpetúen.
Las armas para conseguir tu
inmortalidad nos las brindó ese “Mañana” que nos profetizaste. Nació la Red y
sus hilos se extendieron, llegando a cada uno de quienes te quisimos, de
quienes te queremos. Siguiendo el hilo de Internet, cual Teseo el de Ariadna, descubrimos un lugar en ninguna parte pero en
todas a la vez, donde, sin vernos, sin verte, estábamos juntos y contigo: un
club de amigos tuyos en Yahoo. Nos pusimos en marcha. Fue un principio
sencillo, pero auténtico. Conciertos, reuniones, una placa en tu casa natal en
Tudela Veguín; tu gente, que eran casi
nuestra gente a través de ti, tus amigos, tu pueblo, tu vida, tus cosas…
Empezamos a conocerte, Tino humano,
niño, adolescente, soñador. Imparable, la Red crecía y nos
conectaba de manera cada vez más estrecha contigo, transmitiendo tu voz, tu
imagen, tus recuerdos que, cada vez que llegaban, eran a su vez reenviados para
que no quedara un lugar del Universo donde no estuviera Tino Casal a un click
del ratón.
La conspiración se iba
disipando, perdía fuerzas a medida que la telaraña Casal crecía y se enfrentaba
a los dictados del silencio. Poco a poco, cual “Los pájaros” que cantabas,
fuimos emergiendo de las sombras. Y nuestra cruzada, la de la luz, venció en la
larga batalla: fotografías, grabaciones, vídeos y anécdotas te hicieron
renacer.
Tenías razón, Tino: “Sólo se
vive dos veces. Esta es de verdad”
María Eugenia Jordá, “Jenny Embrujhada”